Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores

DOÑA ROSITA LA SOLTERA, EL LORCA MÁS CHEJOVIANO

Doña Rosita la soltera es el último de los dramas lorquianos que su autor vio estrenado y tal vez el más perfecto. Trece Gatos vuelve a bordar un montaje de Federico García Lorca.

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pastedGraphic.png ALFONSO VÁZQUEZ4 MAYO, 2018

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Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca, por Trece Gatos. Foto: Carlos Manzanares

Trece Gatos vuelve a bordar una obra de Federico García Lorca (1899-1936). Si hace un año acometía el primer estreno de Federico, El maleficio de la mariposa (que fue recibido en 1920 con «un hermoso pateo»[1]), hoy cierra el círculo con la última obra estrenada en vida de su autor, Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores, que la compañía de Margarita Xirgu subió al escenario el 13 de diciembre de 1935 en el Teatro Principal Palace de Barcelona.

Doña Rosita la soltera ha sido mucho menos representada que las otras grandes obras de Lorca (singularmente sus tragedias: Yerma, Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba) y, sin embargo, es considerada por gran parte de la crítica como la más perfecta de sus obras dramáticas. Ya tras su estreno en 1935, María Luz Morales escribió en La Vanguardia:

De manera rotunda, se aparta el poeta García Lorca en esta obra del rumbo seguido en su anterior labor escénica. […] con esta obra afirma, de modo seguro, su vocación y su camino de autor teatral. Pues, en Bodas de sangre, pues en Yerma, triunfaba, sobre todo, el poeta, y —acaso— en las páginas del libro nos hubieran causado estos poemas idéntica impresión. No así Doña Rosita, que tiene su exacto y único marco en el teatro, sobre las tablas, y en su sentido horizontal —ya que no vertical— ensancha ilimitadamente las posibilidades de este poeta-autor. Obra de fina calidad literaria, su esencia —reitero— es teatral, pudiendo ponerse junto a las mejores producciones del teatro europeo actual[2].

Quiso Federico una comedia sencilla y amable, pero le salió un poema «con más lágrimas que mis dos obras anteriores»[3] (y sus dos obras anteriores son Yerma y Bodas de sangre). En palabras de su autor, Doña Rosita la soltera refleja «la vida mansa por fuera y requemada por dentro de una doncella granadina que, poco a poco, va convirtiéndose en esa cosa grotesca y conmovedora que es una solterona en España».

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Raquel León (el Ama) y Ángeles Laguna (la Tía), en Doña Rosita la soltera. Foto: Carlos Manzanares

La trama de Doña Rosita la soltera se sitúa décadas antes de su estreno. El primer acto data en 1885, cuando la protagonista tiene veinte años. En el segundo, en 1900, Rosita cumple los treinta y cinco. Y en 1910, en el tercer acto, la protagonista ya recibe el nombre de Doña Rosita y cuenta con cuarenta y cinco años. Durante ese lapso, los personajes han envejecido un cuarto de siglo, algunos han desaparecido y otros han llegado al mundo y se han convertido en adultos.

Ese paso del tiempo (que se figura no solo en las arrugas de la cara, sino también en el cambio de las modas y de los usos sociales) es el tema central de Doña Rosita la soltera. Lo acompaña la circunstancia de que su protagonista, una joven granadina acogida en la casa de sus tíos, espera en vano a que su prometido vuelva de Argentina para desposarla. Debió de ser un destino triste el de las jóvenes de provincias que depositaban toda esperanza en encontrar novio. Ya lo había señalado Lorca en otras ocasiones:

Un miedo frenético a lo sexual y un terror al «qué dirán» convertirían a las muchachas en autómatas paseantes, bajo las miradas de esas mamás fondonas que llevan zapatos de hombre y unos pelitos en el lado de la barba[4].

El cambio de siglo, el paso del tiempo, pues, determinan el tema y el ambiente de Doña Rosita la soltera, y en ellos se inscribe la tragedia de la soltería española (la femenina) en la España de la restauración, el destino de la mujer que queda «para vestir santos». Pero Doña Rosita la soltera constituye también una sátira de la cursilería (es el tiempo del Ensayo sobre lo cursi, de Ramón Gómez de la Serna[5]) y, por consiguiente, constituye también la superación definitiva del gusto modernista que Lorca cultivó en su juventud.